miércoles, 10 de septiembre de 2008

Abuelas y abulia... (2)



Segunda parte.

"La mañana nunca llegó.
Y es que... ¿de donde creiais que salen las latas de anchoas en estos días?..."

Al acabar la frase, Dolores cerró el libro que leía en voz alta para sus comadres y se levantó de su silla.

Silla, sillón o butaca, es complicado definir el mueble desde el que la abuela levantaba costosamente sus atlánticas posaderas. Como todo el mobiliario de la casa, esa poltrona era el resultado del diversas modificaciones y reciclajes interestilisticos tan dispares como lo habían sido sin duda los distintos muebles de origen de aquella pieza. Piezas como las endebles patas de pino carcomidas por el tiempo y tantas veces rebarnizadas a lo largo de los años o el respaldo orejero tapizado por capas en distintos colores de escai polipiel.
Esta reflexión ocupaba los pensamientos de Raúl tras cruzar la puerta de la enorme cocina, cuando la abuela Motores les invitó con una enorme sonrisa estúpida a sentarse en la mesa y disfrutar de aquel apetecible desayuno.

Benifucia preguntó a los jóvenes si habían dormido bien, y con una sonrisa entre inquietante y ridícula buscó en las caras de sus compañeras de abuelismo un gesto de complicidad que tras barrer con su mirada una por una a sus amigas no halló en ninguna. Dolores y Motores acercaron sus sillas hasta los chicos y comenzaron uno de sus discursos sincopados sólo que ésta vez sin las otras viejas.
-Debeis ir al mo-nasterio de la vir-gen de Alkanza-zu en Teñaka-es imprescindible...- Terminaba Dolores. Mercedes tuvo que contener una carcajada, Raul la fusiló con la mirada, comenzaba a tener miedo. Aquellas viejas eran muy raras, se controlaban entre ellas continuamente con la mirada y nunca ninguna se movía del lado de las otras sin que su par le acompañara. Raúl se había dado cuenta de que iban asociadas en pares que rotaban por turnos en sentido de las agujas del reloj sobre la posición en la que se colocaban siempre contando en el sentido citado así, Ramira, Begoña, Andresa, Benifucia, Dolores y Motores.

Ramira, de quién aún ni siquiera sabríamos el nombre si formaramos parte de esta historia aquí contada, estaba siempre callada, encogida sobre si misma y con la mirada fija en sus pies. Hacía malabarismos en miniatura con sus dedos a una velocidad de vértigo, siempre manteniendo las manos cruzadas sobre sus apretadas rodillas. Ninguna de las otras le había dirigido la palabra directamente desde que su llegada. ¿Quien sabe si se la habían dirigido alguna vez? Ella simplemente estaba, ahi quieta, con sus juegos de manos, y hoy concretamente llevaba un vestido floreado que a Raúl, le había parecido salpicado de sangre al verlo, más al intuirlo en ese casi inexistente instante en el que el ojo hace foco de nuevo tras variar el objeto o sujeto mirado. Entonces la abuela Ramira sonrió y él se dió cuenta de que hacía rato que aquel pellejo senescente le miraba con la vista fijada en sus ojos.
Consiguió salir de alli, cargaron en el coche lo que a la abuela Andresa le pareció material de trabajo, no imaginaba que otra cosa pudiera ser llevada en aquellas maletas metálicas con grandes ruedas y codos de acero en los vértices que parecían armas mas que protecciones. Quiso acercarse y verlas más de cerca pero para cuando consiguió que su rodilla malfuncional respondiera y apoyada en su bastón hecho de un antiguo somier de muelles, trató de acercarse al coche, Raúl cerró el portón del todoterreno.
Ocupó el asiento del conductor tras decir un amable "¡hasta luego!" y salió despacio saludando con la mano por la ventana abierta.

-Los ojos son míos...- dijo Begoña.
Ramira le regaló una mirada asesina que hizo a Begoña bajar la cabeza hasta donde su papada le consintió.

Fin de la segunda parte.

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