sábado, 15 de noviembre de 2008

Abuelas y Abulia (5)



(Caía la tarde cuando comenzaron a vestirse, comenzaba a hacer frío dentro del coche, Mercedes apagó el cigarrillo en el cenicero y respiró profundamente. Se conocían bien, Raúl sabía que aquello era el pasito atrás del saltador de altura, la bocanada de aire antes de una zambullida en el mar crujiente, no quería oír lo que habría de venir a continuación. Fin de la cuarta parte)

Quinta parte.

Raúl miró el sol que caía frente a él, desaparecía por la colina que cortaba la cala de arena oscura donde habían detenido el coche. La descubrieron por casualidad, al final del camino que involuntariamente tomaron cuando de un volantazo Raúl evitó que aquel camión cargado de troncos les aplastara. Había sido culpa suya, no pudo evitar cerrar un momento los ojos cuando Mercedes se agachó de repente a buscar algo que por lo visto había perdido dentro de sus pantalones. Mientras ella desabrochaba todos los botones del mundo a él le dio tiempo justo a esquivar los pinos que se esparcían por la explanada que separaba el camino del arenal antes de estamparla contra el asiento de atrás.

Y ahora ahí estaba, con la vista fija en el invertido logotipo de volkswagen que aún se intuía en la frente de Mercedes mientras esperaba que soltara la bomba. Ella no respiraba, se giró hacia el y sonrió, esto le desconcertó, con un gesto Mercedes le pidió que arrancara, volvieron a la carretera.

La sombra de la noche devoraba rápidamente las laderas cubiertas de árboles, Raúl pisaba el acelerador como si así pudiera adelantar las palabras que no terminaban de salir del estómago de Mercedes. Subían y bajaban pequeñas montañuelas pasando por valles de juguete en los que iban dejando atrás pueblecitos como de archivo de filmoteca. Mercedes seguía sin deshacer el nudo que ya apretaba todo el coche y parte de la carretera por la que iban dejando una estela de luz azul a su paso. El azul de la paz que les estaba faltando a ambos, el azul del infinito que creyeron que era su vida en cierto momento del pasado, el azul del mar frente al que acababan de amarse por última vez aunque aún ellos no lo supieran.

Llegaron a la masía sin que una sola palabra hubiera salido de sus cavidades pulmonares, Mercedes bajó del coche sin mirar a Raúl y entró rápidamente en la casa. Raúl sacó una de las maletas metálicas del maletero y se aseguró de cerrar bien el coche. Cuando abrió la puerta las abuelas no estaban allí, fue hacia su habitación y vio la puerta del cuarto de Mercedes entreabierta dejando escapar un racimo de luz que era lanzado al tiempo y el espacio desde la horrible lamparita de cristales de colores que había colocada sobre la mesilla de noche.
Se detuvo un momento y escuchó atentamente a su alrededor, como tratando de posicionar a las habi-tantas de la casa. Las abuelas parecían estar o bien dormidas o fuera de la masía pues sus tacones no sonaban por ningún lado, la música del agua que sonaba en el baño más próximo a sus alcobas situaba a Mercedes bajo el chorro de la ducha, se atrevió a entrar. Dejó cuidadosamente la maleta metálica en el suelo y empujando delicadamente con el codo la puerta se abrió paso.

Fin de la quinta parte.