jueves, 6 de noviembre de 2008

Abuelas y abulia (4)





(Paró el coche, a su derecha había una antena que observaron detenidamente, se miraron cómplices y arrancó. En el cruce que había apenas avanzando cincuenta metros, giró a la izquierda. Raúl sintió hambre. Fin de la tercera parte.)

Cuarta Parte.

Era el único bar que encontraron tras recorrer una distancia que a Raúl se le hizo equivalente a ir de la tierra a la luna. Parecía ser la hora de un almuerzo popular, pero no pudieron verlo hasta que hubieron cruzado la cortina de canicas que opacaba el hueco de la puerta, si no, no hubieran entrado.
Lo pensó primero ella, después él, se miraron, terminaron de entrar y saludaron con un gesto a las fuerzas vivas de la comarca que rodeaban unas mesas repletas de viandas y botellas de vino. Entre ellos alguien pidió agua, se escucharon unas risas y con una voz como de jabalí acorralado, otro gritó:

-¿Agua? ¿agua? pero hombre... ¡si ahí es donde follan los peces!

Todos rieron a carcajadas de borrachín matinal.

Raúl y Mercedes se acercaron a la barra, nadie apareció.
Mercedes se giró discretamente, como si estuviera fijándose en cada detalle decorativo campestre que allí había. Recorría con la cabeza la estancia, pero sólo cuando pasaba en su barrido por las mesas del fondo prestaba realmente atención.
Allí estaban juntos: dos agentes de la guardia del tercer estado, un clérigo de la iglesia de la post-edad, y un grupito que por sus re-clojes de "cloro" y vestimentas tecno parecían ser los potentados de la zona, los caciquillos, probablemente eran el informático del pueblo, el dentista y el marido de la cupletista, lo habitual...
El caso es que celebraban algo, y bebían y comían ruidosamente como dictan las normas de conducta del lugar.

Raúl, para no parecer nervioso fingía estar ensimismado mirando los jamones y los chorizos que colgaban de las paredes y rebosaban los estantes. Le pareció que los jamones tenían una forma rara, un hombre salió de la cocina, llevaba dos cigarrillos encendidos en los labios y una ola de pelos que salían desde su sien cubrían su grasienta calva. No dijo nada, se les quedó mirando esperando que ellos hablaran. Mercedes sacó todo su encanto y sonriendo seductora se inclino sobre la barra y preguntó.

- Hola, ¿podemos comer algo?

El hombre con un gesto casi de ofrenda taurina, señaló sus embutidos y unos panes que había en un rincón de la barra.

Comieron rápido, y de la frasquita de vino tinto apenas probaron un trago para pasar el jamón de peculiar sabor que probaron. Les pareció barato cuando el tasquero garabateó su deuda recién contraída en una servilleta usada, Raúl estaba ansioso por salir de allí, le pareció que uno de los guardias comenzaba a observarles con interés. Era cierto, les miraba, cuando despidiéndose salieron por la puerta de bolitas se les quedó mirando fijamente y sonrió.

Ya en la calle, Raúl dejó pasar delante a Mercedes, se tranquilizó un poco, tal y como le sentaban aquellos pantalones a su compañera no era extraño que el joven agente se hubiera quedado mirando. Pensando esto se puso bruto, como a él le gustaba decir cuando se excitaba. A ella le encantaba que se lo dijera.

Caía la tarde cuando comenzaron a vestirse, comenzaba a hacer frío dentro del coche, Mercedes apagó el cigarrillo en el cenicero y respiró profundamente. Se conocían bien, Raúl sabía que aquello era el pasito atrás del saltador de altura, la bocanada de aire antes de una zambullida en el mar crujiente, no quería oír lo que habría de venir a continuación.

Fin de la cuarta parte

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